Relatos

Unas vacaciones soñadas

Un breve relato que te sumergirá en una concisa historia…muy curiosa by Carlos Peinado.

Todos sudaban bajo el calor. Juan, el nuevo, canturreaba como si no le importase estar asándose como sus compañeros. Entre esa cancioncilla y su extraño optimismo… era el más odiado de todo el taller.

Los trabajos físicos ya eran suficientemente cansados y agobiantes como para que encima un tontorrón que lo veía todo color de rosa se pasase todo el día con chascarrillos y tonterías. Sólo el más veterano de todos, Paco, que hacía de capataz, había evitado que alguno le lanzase un martillo a la cabeza o que hubiera sufrido “algún accidente”.

Y es que ese veterano, tras más de veinte años, soñaba con poder jubilarse dentro de poco, salir de allí y recordar todas esas horas de olerle el sudor a otros bestias como él como un mal sueño. Vamos, que esperaba poder pegarse la vida padre en breve y, para ello, todo el mundo debía hacer bien su trabajo, sin peleas, malos rollos ni ningún accidente, lo cual era difícil teniendo en cuenta los mentecatos entre los que se hallaba, y todos los productos peligrosos y herramientas que tenían a mano.

– Pues yo, si pudiera – Soltó el nuevo, en un intento de hacer amigos que sólo enturbiaba más el ambiente.- Me iría este verano a Ibiza… ¡Eso sí que son playas!

Uno de sus compañeros agarró una sierra, y sólo la peor de las miradas del capataz logró que no le atacase con ella. Cansado, limpiándose los restos de barniz de las manos con el mandil, Paco fue, por enésima vez, a explicarle al nuevo que dejase de tocar las narices.

Juan, bonito – Le dijo con una paciencia de maestro – Deja de encabronar a tus compañeros. Mejor no hables de vacaciones a treinta y cinco grados a la sombra.

¿Qué pasa?– Respondió Juan, quien, en el póker de la inteligencia, no le habían tocado muy buenas cartas – Encima que nos toca trabajar como esclavos y comer esa basura ¡ahora no se puede ni hablar!

El capataz cerró su puño y a punto estuvo de estampárselo en la cara, pero decidió no dejarse llevar por sus impulsos. Por eso precisamente estaba en ese puesto agobiante y mal pagado, en lugar de tener un trabajo más acorde con sus capacidades y títulos. Se limitó a llevarle, entre quejas y algún que otro insulto, a una zona donde golpeaban fuertemente los muebles terminados, para fijarlos y comprobar su resistencia. Allí, al menos, no le oirían. Cuando el capataz volvió a su sitio, reventó contra el suelo la silla en la que estaba trabajando de pura frustración.

Unos minutos después, en la pausa para salir un rato a fumarse un cigarrillo, ahí estaba Juan, de nuevo, erre que erre, con lo de las vacaciones.

Pues sí, ¡qué chavalas en esas playas!… ¿O es que aquí no os gustan las chavalas? O bien, irse a un camping en las montañas. Todo el día a la fresca con el rumor del agua… ¡Y viendo chicas!, que también hay allí, claro.

En esta que el capataz le cogió del cuello, jugándose todo lo que había conseguido, con sus privilegios por ser el trabajador más veterano, y le estampó contra la pared, dándole un ultimátum para que se callase.

-¡Leches, Paco! ¡No te pongas así, que no he matado a nadie!

-Ya, pero yo sí, y ese de allí, y Matías el calvo a tres antes de que le cogieran. Así que date un puntazo en la boca la próxima vez que quieras hablar de vacaciones… En el taller de la cárcel de Ocaña.

Carlos Peinado

Profesor en el colegio PVIPS Adalid Meneses en Talavera de la Reina, Miembro de la Asociación de Escritores Insomnes y guionista de Cómic.

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