Las urnas llenas by Carlos Peinado

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Un breve relato que te sumergirá en una concisa historia…muy curiosa

Ese día había sido, una vez más, aquello que denominaban “la fiesta de la democracia”. Principalmente consistía en movilizar a millones de personas, unas para votar y otras a dar el callo para que unos políticos ocupasen unos escaños para eso de servir al bien común… Vamos, a cobrar mucho y trabajar poco.

A lo largo de toda la jornada, millones de ciudadanos habían recorrido otros tantos kilómetros, con gastos imprevistos que rozaban la fortuna y habían manoseado y utilizado papeletas por el valor de varios bosques… Algunos habían aprovechado para escaquearse de sus trabajos y obligaciones, “para ir a votar”. La mayor parte de ellos estaban ya hartos de los comicios, y votaban por el que creían que sería el mal menor o el que iba a robar menos.

Las ciudades llevaban puestas sus mejores galas: en todas las paredes, farolas y buzones ondeaban los diferentes pendones de los políticos, que por supuesto pagaban todos los ciudadanos, pues la publicidad también contaba como bien público.

Los colegios electorales habían cerrado sus puertas. Centenares de interventores, multitud de apoderados y una miríada de vocales y presidentes de mesa se peleaban organizando en montoncitos los votos. Sin embargo, cada uno de los posibles presidentes habían cogido una limusina para ir a un club privado en Madrid.

Entraron en diferentes momentos, por una puerta que parecía la de un portal cualquiera, pero que encerraba varias plantas de un lujo y hedonismo extremos. Cada uno esperó tomando gin tonics, sin hablar entre ellos, más por timidez que por rivalidad política. Su silencio era debido al miedo. Los hombres más poderosos del país temblaban como hojas. Se abrió la puerta y todos se pusieron en pie, pero era una falsa alarma, simplemente un camarero con más ginebra. Uno se atrevió a decir:

¿No creéis que no debería hacernos esperar? – preguntó tímidamente. – Nuestros votantes… nos estarán esperando… ¿verdad?

Nadie se atrevió a contestarle. Era el nuevo… y no llegaba a comprenderlo del todo. ¡Claro que esperarían! Lo que sea.

Entonces, apareció. No era un hombre con una gran presencia, pero al saber a quién representaba todos callaron y obedecieron. Le colocaron una silla plegable y pasó lista. En una fila ordenada, fueron dejando sus ofrendas, un porcentaje del enorme beneficio que dejaban imprentas, publicidad y los negocios que rodeaban cada periodo electoral, además de una parte de los enormes beneficios que se sacaban en la bolsa con la información privilegiada que tenían. Él contaba y ellos callaban, mirándose los pies para no molestarle.

Caballeros – dijo con un marcado acento suizo el hombre de negro, mientras recogía sus cosas y guardaba los fajos de billetes, las acciones y los diferentes talones en un maletín que encadenó a su muñeca. – La recolecta es aceptable. Pueden ustedes actuar a su manera… hasta la siguiente llamada, claro.

Una hora después, millones de copias en papel de las caras de los políticos seguían sonriendo, mientras que el viento y los mass media aireaban las proclamas de esos hombres que, cumplida su misión principal, se decían ahora ganadores y orgullosos sin tener muy en cuenta los resultados. En el aire, el vuelo privado ya sobrevolaba el Mediterráneo y el hombrecillo dormía abrazado al maletín ya que, en el juego de la democracia, siempre ganaban ellos.

Profesor en el colegio PVIPS Adalid Meneses en Talavera de la Reina, Miembro de la Asociación de Escritores Insomnes y guionista de Cómic.
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