Un breve relato que te sumergirá en una concisa historia…muy curiosa by Carlos Peinado.
La sensación era espantosa. Podía oír a la gente moviéndose a pocos metros de él. Sin embargo se encontraba allí, inmóvil, mirando hacia arriba sin poder hacer otra cosa. Empezaba a sentir algo de sed, pero sabía que si decía algo nadie le oiría ni le prestaría atención. Sus hijos se acababan de marchar y él estaba totalmente paralizado de cuello para abajo.
Era consciente de que hacía mucho calor, pero él sentía algo parecido al frío, fruto de su situación… Algo bueno debía tener, ¿no? Esa sensación de temperatura indiferente le templaba la frente y le hacía sentir ajeno a todo, como en una nube o flotando en una dimensión paralela.
No llevaba mucho tiempo en esa situación, pero se sentía un poco abandonado por sus hijos. Al fin y al cabo, se tenían hijos para que le ayudasen en situaciones como esta, ya que si no el aburrimiento puede hacerse con uno y acabar con la cordura de cualquiera.
Por suerte, era un experto en ver el vaso medio lleno, así que no se dejaba vencer por la indefensión que sentía. No podría mover brazos ni piernas, pero su mente volaba libre, mucho más que antes. Al fin y al cabo, el trabajo ya no le preocupaba, y aunque ahora mismo estaba más solo que la una, sabía que sus hijos terminarían apareciendo… O su mujer, era simplemente cuestión de tiempo. La verdad es que estaba “agustito”: si cerraba los ojos ni el murmullo de alrededor, ni la oscuridad creciente en el agobiante entorno podía dañarlo, y su pensamiento fluía como un torrente.
En ese tiempo, que transcurría como en otro nivel, el hombre reflexionó sobre su vida: la verdad es que había logrado lo que se había propuesto en su vida.
Claro que le hubiera gustado hacer más cosas, pero se había casado con una mujer a la que amaba y había tenido unos hijos a los que siempre puso delante de sus obligaciones en la empresa. Seguro que lo recordarían con cariño, y eso era lo más importante, aunque no hubiera podido llevarles a Cancún y en lugar de eso hubieran pasado las vacaciones de verano en Oropesa del Mar. Si se esforzaba podía oír el rumor de las olas, y saborear la sal en las fosas nasales… Deseaba poder evocar eso eternamente.
Bueno, pensar en la eternidad sí le agobiaba un poco, por supuesto. Haciendo un esfuerzo que sabía fútil, mandó una orden a sus músculos, aunque sabía que éstos tenían una carga demasiado densa para poder responderle. Todo esto hizo que aflorasen lágrimas en sus ojos verdes y empezase a respirar más pesadamente.
En su campo de visión, borroso por las lágrimas, asomó la sorprendida cara de su mujer, a la que respondió desde su postramiento.
– Felisa, hemos sido muy felices en la vida, ¿verdad?
– ¿Pero qué tonterías dices, Antonio? ¿Se te ha ido la cabeza? – Dijo su mujer preocupada antes de llamar a gritos a sus tres hijos, los dos gemelos y el pequeño, que aún era joven como para no afeitarse.
Las lágrimas se volvieron un llanto de felicidad al ver a toda su familia junta y volvió a desvariar, a lo que su mujer comentó:
– Ya estáis los tres ayudando a vuestro padre. ¿No veis que le habéis hecho llorar? ¡Vamos, desenterradle de la arena y recoger la sombrilla, que nos vamos a cenar al chiringuito!