Un breve relato que te sumergirá en una concisa historia…muy curiosa by Carlos Peinado.
El verano estaba dando sus últimos coletazos, el sol seguía aportando cierta luz, oculto tras los pisos construidos en primera línea de playa. La mayor parte de ellos desocupados tras volverse medio mundo a sus puestos de trabajo. Las vacaciones habían terminado para casi todos, y él estaba dándose uno de los últimos chapuzones del año. Ella le esperaba, como siempre, tumbada en la playa.
Desde el agua, veía la arena, casi desierta. Al fin y al cabo era septiembre, y por la tarde la brisa se convertía en un aire demasiado fresco, de los que invitan a andar con una rebeca encima. Sin embargo ahí estaba ella, destacando con sus enormes volúmenes y su buen color. Sabía que siempre le esperaba con su sonrisa, no importaban los problemas económicos ni ninguna cosa… pasase lo que pasase sabía que siempre la tendría a ella.
Aunque la playa estuviese atestada de personas, él sería capaz de reconocerla entre un millón. Era su punto de referencia entre la multitud, y casi le costaba meterse en el agua y dejar atrás su cálido abrazo, su compañía incondicional.
Pensando en eso, y un poco harto de esas olas que le zarandeaban de un lado para otro, pensó en volver con ella para fundirse en su abrazo de amor estival.
Mientras volvía, nadando con la torpeza y pereza del que se sabe de vacaciones, la buscó entre la arena, tan hortera pero a la vez tan deseable. Sin embargo, la vio con otro, un hombre delgado que la miraba con deseo. Normalmente no era celoso, pero en ese momento se recriminó haberla dejado sola para meterse en el agua. Aumentó la cadencia de sus brazadas, ya que aún estaba muy lejos como para que pudiera oírle. Entonces, la mayor tragedia sucedió a poco más de cincuenta metros de él: ese hombre la cogió a la fuerza y se la llevó, arrastrándola por la arena, hacia un coche en el que un compinche le esperaba.
La desesperación se apoderó de su corazón. Gritó como un loco hasta dejarse la garganta. Luego creyó que podría llegar hasta ese hombre nadando con todas sus fuerzas. Pero apenas llevaba unos metros cuando el criminal llegaba con su presa al coche.
Entonces la razón le hizo gritar y gesticular, para intentar llamar la atención de los pocos viandantes del paseo marítimo del crimen que se estaba produciendo delante de sus narices… Pero le malinterpretaron y solo consiguió que dos tiarrones se lanzaran a salvarle, sin darse cuenta de que no paraba de señalar hacia el coche que se marchaba en esos momentos.
Tanto grito y tanto se debatió cuando esos dos hombres llegaron a por él, que tuvieron que noquearle, y casi ahogaron al hombre que supuestamente tenían que salvar. Con su última pizca de consciencia, alargó la mano hacia el rastro del coche, antes de que un velo de negrura y unos cuantos litros de agua salada le sepultasen.
Cuando se despertó, tenía más atención de la que había recibido en muchos años: un enfermero, un socorrista, un policía y cuatro o cinco parroquianos que no tenían nada mejor que hacer que cotillear. Por lo visto había estado llamándola en sueños, llorando, y tras despertarse, había seguido sollozando durante media hora larga, preocupándolos a todos. Cuando se percató de que ella no estaba, se sintió morir y volvió a gritar, abrazándose con fuerza al policía que tenía enfrente.
Y allí se encontraba él, abrazado a la camisa hecha de nonilfenoles de un policía, llorando su ausencia amargamente, sin esperanza de que pudieran encontrarla. La gente pobre como él no eran una prioridad para la policía… ¡Y nadie iba a mover un dedo para encontrar a ese hombre que le había robado su toalla XXL de Bob Esponja!