Artistas de la ciudad

Relato «La quebrada que se secó con el olvido»

Escrito por Olga Lucía Vélez Montoya

Dedicado a todas las mujeres del campo que han sostenido la vida con las manos vacías, mientras el Estado les daba la espalda.

Rosalba vivía en una casa sencilla, levantada con madera vieja y techo de zinc, al borde de una quebrada que durante años le dio de todo: agua para beber, para lavar, para regar sus matas de yuca, plátano, fe y esperanza. Allí crió sola a sus cuatro hijos, enseñándoles a sembrar, a agradecer, a no quejarse.

Cada amanecer, antes de que cantara el gallo, ya estaba en la huerta, con los pies descalzos y el machete en mano, revisando si la tierra seguía viva. Y sí, mientras la quebrada cantara entre las piedras, Rosalba creía que todo iba a estar bien.

Pero un año no llovió. Y el siguiente, tampoco. La quebrada empezó a menguar, como si tuviera miedo de desaparecer. Rosalba la miraba con tristeza, hablándole bajito como a un animal enfermo. Hasta que un día no corrió más. El cauce quedó seco, roto, mudo.

Con la quebrada, se le fue la vida. El agua de los tanques ya no alcanzaba, la tierra se volvió polvo y las matas se secaban como sus brazos. Los vecinos le ayudaban con comida y le ofrecían un poco de agua cuando podían, pero todos estaban igual de golpeados.

Rosalba comenzó a adelgazar. La tos no la dejaba dormir y el sol le quemaba la piel. Un día, no pudo levantarse. Sus hijos corrieron al puesto de salud, pero allí no había médico. Les dijeron que volvieran en la tarde. Nadie volvió.

Rosalba murió en su cama de tablas, sin agua limpia ni consuelo. A la semana, llegaron funcionarios del gobierno con cámaras, promesas, y botellas plásticas. Hablaron de “emergencia hídrica” y de “acciones inmediatas”. Tomaron fotos con los niños, y se fueron antes del anochecer.

En la pared de su casa, escrita con carbón, quedó la última palabra de Rosalba, copiada por su hija mayor de una vieja libreta de la escuela:

“Nos secaron la quebrada, pero también nos secaron el olvido.”

Desde entonces, la gente del caserío repite esas palabras cada vez que alguien pregunta por ella. Y la quebrada sigue seca. Y el gobierno, mudo.

-Olga Lucía Vélez Montoya-

Nota de la autora

Nací en el campo, entre montañas, cafetales y ríos que hablaban bajito entre las piedras. Mi infancia estuvo hecha de mañanas frías con olor a leña, de cosechas con las manos agrietadas y de tardes en las que la radio contaba historias mientras soñábamos con otro mundo. Viví tiempos duros, de escasez, de cargar agua en baldes y de ver a mujeres como Rosalba sostener a sus familias con más coraje que recursos.

Este relato nace de mi memoria, pero también de mi corazón. Es una manera de rendir homenaje a todas las mujeres campesinas que siguen siendo el alma de nuestras tierras, aunque casi nunca aparezcan en los libros ni en las noticias. Que sus voces no se sequen nunca, como se secó aquella quebrada.

Sobre la autora (Olga Velez Montoya)

Olga Lucía Vélez Montoya nació en Támesis, Antioquia, donde vivió su infancia rodeada de naturaleza, trabajo duro y comunidad. A lo largo de su vida ha guardado con cariño los recuerdos del campo, entre el dolor de la escasez y la riqueza de la solidaridad. Hoy escribe desde la memoria, con el deseo de que no se olvide lo que fuimos ni lo que aún somos en tantos rincones del país.

Redacción

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