Mi padre era ladrón de cuadros. Un hecho tan sustancial a mi vida que nunca me causó ninguna perplejidad.
Vivíamos en una bonita casa con jardín y cuatro habitaciones, una de ellas estaba cerrada con llave: su estudio. Siempre me lo imaginé con las paredes cubiertas de planos y estrategias donde elaboraría meticulosamente sus operaciones.
Mi madre nos había abandonado cuando yo era pequeña, pero su fotografía aún colgaba en la pared del pasillo, junto a las de nuestros familiares más cercanos.
Como los «trabajos» de mi padre eran esporádicos, el resto del tiempo se ocupaba de la casa, me ayudaba con mis tareas escolares y me enseñaba a pintar.
A menudo íbamos al museo con nuestros caballetes a practicar, copiando a los grandes maestros.
En casa pasábamos horas ojeando libros de pintura; jugábamos a elegir nuestro cuadro preferido… los de él cambiaban todo el tiempo, pero yo terminaba eligiendo siempre el mismo: Era un autorretrato de un pintor inglés que tenía un extraordinario parecido físico con mi padre, incluso en la forma en que iba vestido: gorra de tweed, camisa de pana y las gafas redondas que siempre se le resbalaban del puente de la nariz..
El cuadro se llamaba: «Autorretrato con gafas mal ajustadas».
Durante los años que vivimos juntos, trató de educarme para que me convirtiera en una persona autosuficiente. Estábamos muy unidos, pero había una parte de su vida de la que yo estaba excluida; esa parte secreta de la nunca hablábamos, ni jamás hubo en casa rastro alguno de ella.
Un día, al volver de la universidad, mi padre no estaba. Encontré La puerta de su estudio entreabierta. Entré llena de temor en esa habitación desconocida.
Encima del escritorio había un sobre con un billete de avión a mi nombre. Bajo la apariencia de un turístico fin de semana londinense, me esperaban conversaciones pendientes: me explicó que abandonaba sus actividades definitivamente, había estado muy cerca de ser atrapado. Ya no podía continuar con su vida y menos involucrarme a mí. A partir de ese momento nos veríamos en lugares diferentes y en fechas puntuales…
Nos despedimos en la National Gallery, no podía ser de otro modo. Y mientras admirábamos a nuestros pintores favoritos, deseé que el tiempo se detuviera. Quise guardar inalterable ese recuerdo suyo explicándome, como tantas veces, un detalle de la composición de un cuadro, su luz, su perspectiva…
Luego se fue…. y yo me quedé sentada frente al «autorretrato con gafas mal ajustadas», sabiendo que volvería a ese mismo lugar cuando le echase mucho de menos.
-María José Sánchez Díaz-
