El afiliado

Un breve relato que te sumergirá en una concisa historia… muy curiosa

En la penumbra de la habitación, a través de las pequeñas aberturas de la persiana entrecerrada, observaba a la multitud que se agolpaba en las calles, inundándolo todo con sus reclamaciones.

Él no era así, no se dejaba influir tan fácilmente… él era más metódico, sus intereses más profundos y sus apetitos más complicados. Por eso tenía ese estudio alquilado del que su familia no sabía nada. Por eso tenía esas enormes tijeras en la mano.

Mientras los talaveranos gritaban consignas en las calles, dirigidos por gente que no deseaba otra cosa que dar el pelotazo e irse de esa ciudad para siempre, nuestro hombre se preparaba para otra tarea. Él, un cincuentón con bolsas en los ojos, un trabajo respetable y una vida ordenada y tranquila, tomaba una tira de cuero y empezaba a afilar esas tijeras. Una herramienta de sastre con un equilibrio magnífico, que pasaba arriba y abajo por esa tira correosa, mientras tatareaba una sinfonía de Haydn. Al mismo tiempo, desde la silla, unos ojos parecían seguirle a través del pequeño estudio, pensado más para un pintor que para alguien de su posición… aunque casi ningún pintor talaverano podría permitirse un alquiler semejante para trabajar tranquilo.

Compaginaba su lenta oscilación con las miradas que echaba a los manifestantes. Pobrecitos, lo que hacían no servía para nada sin una acción colectiva detrás, salvo para aliviar la crisis a los vendedores de banderas y dejar el casco con una peste a orina de la que no se librarían hasta diciembre. Lo que él hacía tampoco servía para nada, claro… pero al menos le aliviaba más que meter cuatro gritos en la calle. Para él era una liberación: su familia creía que estaba haciéndole la pelota a un cliente, pero en su templo insonorizado sólo estaban él, la música, sus herramientas, esa silla y decenas de recordatorios: trofeos y restos, de su minucioso trabajo.

Se acercó a la silla. Lo que hacía tal vez le convirtiese en un bicho raro: su música inundando la habitación, y las tijeras abriéndose paso alrededor de esos ojos que le miraban como los de un cordero degollado. Luego tomó el plástico y el pegamento y siguió con su concienzuda tarea: había dos más en el suelo, y no podía esperar a notar la sensación de la hoja afilada abriéndose paso a través de la blanca superficie con tanta facilidad como si cortase tela, y ese sonido tan característico, que pegaba con la obra clásica, y luego, cuando estaba a punto de terminar, el olor que lo impregnaba todo.

Si, por todo lo que hacía sería recordado… a lo mejor sí servía para algo, después de todo. Fuera, la gente seguía berreando, pero él ya había terminado y centenares de esos ojos le miraban a través de esas fotografías, de diferentes años, clasificadas, siendo memoria viva de la actividad de ese hombre que respiraba con dificultad, contemplando su obra con la mascarilla y las tijeras en la mano.

En las paredes, todo tipo de noticias recortadas de periódicos, revistas e incluso fotografías, mostraban todas las promesas no cumplidas para su ciudad, el antes y después de las políticas y los presupuestos anulados. Esa hemeroteca hecha mural era un recordatorio de por qué se esforzaba cada día, por qué no se iba a alguno de sus pisos de Madrid a vivir de las rentas. El cabreo le hacía luchar día a día en lugar de quejarse.

Eso sí… Cuando en su pared no quedasen más huecos de tanta promesa incumplida y retratos de indeseables… no le quedaría más remedio que clavarlelas tijeras a alguno de ellos.

Profesor en el colegio PVIPS Adalid Meneses en Talavera de la Reina, Miembro de la Asociación de Escritores Insomnes y guionista de Cómic.
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