Un gran hombre

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El joven subió al cochazo de su mecenas y le agradeció que le llevase a ver a ese hombre. Su jefe no podía estar más extrañado: su trabajador estaba nerviosísimo, le temblaban las manos, se había puesto su mejor traje y gafas de sol. Pero, ante todo, había renunciado a ir en su nuevo deportivo, al que quería más que su vida y con el que ya tenía una nutrida colección de multas. Siempre decía que, en cuanto pisase moqueta, quitaría los límites de velocidad, como en Alemania.
– Pues no me suena, la verdad… humm, ¿Moreno? – le dijo el jefe tras escuchar a quién iban a ver.
– Qué raro, es de los que conocen a la mitad de Talavera.
– Bueno, esto es un pueblo, quién más quién menos conoce a todo el que hace algo aquí.
– Ya, pero me refiero a la mitad buena – dijo el joven mientras bajaba la ventanilla para que el viento le arremolinase la melena. – A los currantes y a la gente maja, no a los buscafotos.
El jefe estaba buscando nuevas personas para su proyecto político. Se había dado cuenta de que la situación era crítica, y sabía que se tenía que trabajar en serio. No por amor por su ciudad: al jefe no le importaba un bledo nada, así se muriesen todos, sino porque tenía tanta pasta invertida en Talavera que si se despoblaba lo perdería todo. La cosa era tan seria que necesitaban políticos de verdad: la táctica de besarle el culo a los de Toledo llevaba cuarenta años sin dar resultados. Si su empleado, que era el mayor golfo sobre la tierra, sentía admiración por ese tipo, tal vez fuera una opción para estar en su partido político.
– ¿Y de qué le conoces?
– Me enseñó a jugar al fútbol de pequeño – exclamó con fuerza, pues tenía media cabeza fuera del coche, como si fuera un perro – Él me enseñó a trabajar en equipo, esforzarme en lo que creo y en ser humilde.
Su jefe le echó una mirada al tiempo que frenaba para entrar en una de las rotondas que amenazaban con quitar a la cerámica del sobrenombre de la urbe.
– Bueno, solo fue entrenador mío un año, a lo de ser humilde no le dio tiempo… pero sí me enseñó a reírme de mí mismo. También tenía mucha napia, como yo… pero me quitó el complejo… ¿sabes lo que dicen de los que tenemos la nariz tan grande?
– No sigas, por favor – su jefe, como todas las trabajadoras de su empresa, estaban hartas de esa máxima.
– También era un gran cantante, de cosas tradicionales, de la tierra.
– Eso es bueno – dijo el jefe, que ya se le imaginaba como un Chávez talaverano, cantándole a las masas… y consiguiendo votos a mansalva.
El joven iba guiando por las calles a su jefe que, como la mayoría de la gente de pasta, vivía en una urbanización y no recordaba nada de Talavera salvo los toxicómanos y la plaza del chicle.
– Enrique sí que tenía paciencia con nosotros, y era íntegro. Renunció hace la tira de años a jugar en el Osasuna y terminó limpiando las calles.
– ¿En serio? ¿Es policía? – El jefe ya veía en ese personaje un héroe de novela y un cabeza de lista para su nuevo partido.
– No, era barrendero. Seguro que le has visto por ahí, siempre con una sonrisa en los labios.
– Vaya, pues te agradezco que hayas contado conmigo para ver a ese hombre, macho, ¡menudo fichaje! – En su rostro había una sonrisa, pero su pupilo político le miraba extrañado. – ¿Sigo adelante?
– No, gira a la izquierda.
Y, mientras entraban en el aparcamiento del tanatorio, entendió que ese gran hombre nunca podría participar en su proyecto político, y sintió lástima, pese a no conocerle, al ver cómo su hombre de confianza, al que creía sin sentimientos, hipaba como un niño conteniendo las lágrimas.

Profesor en el colegio PVIPS Adalid Meneses en Talavera de la Reina, Miembro de la Asociación de Escritores Insomnes y guionista de Cómic.
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