Tentación veraniega

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Un breve relato que te sumergirá en una concisa historia …muy curiosa

En pleno agosto, en el césped de la urbanización de lujo, dos cuerpos polioperados se tostaban lentamente al sol, como granos de café. Ambos se tenían por ejemplos de estética, aunque la edad no perdonaba, y ni todo el botox del mundo podía estirar según qué cosas. Él se había quedado dormido, pero a ella una comezón no la dejaba relajarse ni un minuto y, desde la seguridad de sus gafas de sol, espiaba claramente al objeto de su pasión.

Sabía que no debía…. sabía que no podía. Eso precisamente era lo que le daba tanto morbo. Estar allí, con su marido, que al tiempo también era su personal trainer, su nutritional coach y su academic influencer. Por eso, si simplemente sospechase lo que le pasaba por su cabeza, montaría un escándalo tal que arruinaría su relación, y con ella su apariencia de pareja milagrosa, por más que él conocía que su mujer era de las de dejarse tentar.

Ella no podía dejar de preguntarse: “¿De qué sirven las sesiones de pilates, las lipos, los hipopresivos y las dietas milagro – porque era un milagro que hubiese aguantado seis largos meses con esa dieta de campo de concentración – si una no se puede dar, de vez en cuando, un capricho?” Y en su mente no dejaba de fluir la silueta que tanto deseaba, y que parecía tentarla tras la barra del chiringuito de la piscina, ese pecado hecho realidad física… el fruto prohibido.

Se relamió, engañándose a sí misma diciendo que sólo estaba mirando, regalándose los ojos con esas formas perfectas: rectas esculpidas y curvas delimitando claramente cada doblez y recoveco. Era un cuerpo que invitaba a hacer una locura, algo inapropiado.

 Para colmo de la desesperación de la mujer, que seguía asándose lentamente, de ese cuerpo que miraba surgió una única gota, así, de la nada, y recorrió esa fisonomía, que prometía dureza y al tiempo flexibilidad. Ante la golosa mirada de la mujer, esa gota comenzó su recorrido, dejando una fina estela en ese cuerpo brillante y perfecto.

Ella quiso acercarse y tocar con su dedo esa diminuta gota, pero sabía que no podría sujetarse, y abrazaría con codicia el cuerpo entero, abandonándose a las promesas que esos cuerpos prometían cada día en piscinas, anuncios y la televisión.

Ella era rica, inmensamente rica, y no sabía por qué no podía aplacar, aunque fuese una vez al año, a sus apetitos insatisfechos. Para una mujer de su posición, y con su cuerpo esculpido en gimnasios y clínicas de todo tipo, podía tener todos cuantos quisiese.

Antes de que su marido se despertase, se levantó y fue directa al chiringuito, levantándose las gafas de sol para observar mejor su presa. Se acercó y creyó saborear, en recuerdos de juventud, el sabor salvaje de lo prohibido. Pero miró hacia atrás, y vio a su pareja, renegrido por el sol, con las plantas de los pies blancas como la leche y un ejemplar del Marca tapándole la cara. Recordó los buenos momentos que pasaron juntos, y las promesas que se habían hecho miles de veces. No podía hacerle esto.

De un golpe, apartó de sí lo prohibido y se fue corriendo como una cursi hacia su marido, al que despertó entre besos diciéndole que siempre sería fiel a sus ideales.

En la barra del chiringuito, una solitaria lata de CocaCola, con la superficie perlada por la condensación, rodaba víctima del salvaje ataque de una esclava del fitness.

Profesor en el colegio PVIPS Adalid Meneses en Talavera de la Reina, Miembro de la Asociación de Escritores Insomnes y guionista de Cómic.
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