Os traemos un breve relato que te sumergirá en una concisa historia muy curiosa by Carlos Peinado.
Una gota de sangre resbaló por su piel y cayó para precipitarse en el suelo, dejando una mancha evidente, casi redonda, de un vivo color rojo sobre el blanco de las baldosas. Para él, brillaba más que un neón, y lo tapó con el pie tratando de esconder la prueba. Si le descubrían sangrando, podrían descartarle.
En ese lugar cualquier signo de debilidad podía ser fatal. Sus compañeros, concentrados, parecían no haberse dado cuenta, pero debía pensar algo para evitar que la sangre siguiese corriendo o no tardarían en percatarse. Cualquiera de ellos no dudaría en delatarle para eliminar su competencia.
Entonces, como si lo oliese, el instructor se levantó de su asiento y escudriñó tras sus gafas ahumadas. Nadie hubiera osado mirarle directamente, pero podían sentir sus movimientos: todos seguían con las cabezas bajas, concentrados mientras ese hombre, que les aventajaba a todos en edad y méritos, se paseaba entre las filas ordenadas. Juzgándoles. Sabedor que era, en cierta manera, dueño de su futuro.
Ante esa presencia, su corazón comenzó a latir con más fuerza. Quería que se alejase, pero su trabajo era desconfiar de cada uno de ellos, observando cada fallo, cada debilidad, y hacer pagar al infractor con la expulsión y la vergüenza. Por eso se acercaba a él: debía notar que era el eslabón más débil, una simple prueba y podría echarle de allí.
Se iba acercando y notó cómo otra gota se deslizaba contra su voluntad para estrellarse en el suelo. El otro pie tapó rápidamente la mancha, en una postura casi antinatural que, en su mente, le delataba casi tanto como las manchas que trataba de esconder.
Además de la sangre, que seguía fluyendo desde un origen desconocido, un sudor muy real comenzó a empapar su cuello y a formar perlas en su frente. Su nerviosismo era nítido, ya que las manos le temblaban y sentía castañear sus dientes. “¿Qué futuro le esperaba si le descubrían y era descartado?”
La competitividad era enorme. Todos sabían que sólo unos pocos eran escogidos. Él no podía permitirse fallar: ser expulsado en ese momento sería letal para su orgullo. Todos sus planes volarían como ceniza si esa presencia que tenía delante descubría su secreto. Al fin y al cabo, sus rivales no estaban desangrándose delante de sus narices.
Una tercera gota cayó. Pero pudo recogerla al vuelo con la mano izquierda, para pasar a esconderla en la espalda justo antes de que la mole humana se plantase frente a él, tapando la escasa luz que entraba por la ventana.
– ¿Qué esconde ahí? preguntó con voz de ultratumba.
Él no respondió, fingiendo que no lo había escuchado. Una mano enorme agarró su brazo y tiró de la mano, que tenía cerrada en un puño para tapar la mancha de sangre. Con la seguridad de quien domina la situación, en lugar de pedir que la abriese decidió tomarse la libertad de hacerlo él mismo… esa tensión pudo con el joven, que se desplomó ruidosamente en el suelo, dejando a la vista las tres manchas de sangre, tanto las del suelo como la que adornaba la mano que ahora miraban todos estupefactos.
Cuando recobró la conciencia, creyó que estaba acabado. No lo había conseguido. Ahora le obligarían a salir de la sala y sería descartado, eliminado y separado de sus compañeros. Apoyó la cabeza en el suelo y lloró amargamente. Ya poco le importaba mostrar debilidad: le pondrían la excusa de la sangre para sacarle de la sala y acabar con sus esperanzas. ¿Qué pensaría su familia de él? Alguien le había puesto un pañuelo en la nariz, ya que de allí estaba goteando la sangre. Entonces, el atónito profesor tomó la palabra.
Desde luego, ¡qué exagerados os ponéis por un maldito examen para subir nota! ¡Maldita selectividad, EBAU o como leches lo vayan a llamar ahora!