La vidente que adivina el futuro

marzo-2017-revista-online-love-talavera-de-la-reina-relato-vidente

Un breve relato que te va a sumergir en una concisa historia muy curiosa.

Tras deambular por el paseo de los arqueros, la mujer no pudo evitar sentir un escalofrío al ver esas dos grúas que se levantaban como lápidas sobre un edificio a medio terminar que no era sino un cadáver vacío. Callejeó hasta llegar a su objetivo: en el letrero había una amalgama de títulos tan apiñados que parecía como si allí pudiesen curar de todo: personal coach, spiritual coach, sport coach y, en grande y como resumiendo: coach station. Ella se decidió a entrar, sin pedir cita previa ni nada, y estuvo dos horas esperando en una pequeña sala de estar con imágenes en las paredes de niños practicando deportes propios de Estados Unidos. Al final, y dado que le cobraban cincuenta euros la hora, decidió ir al grano.

-Tengo el “síndrome de Casandra”- afirmó muy segura la mujer. Su terapeuta le prestó toda su atención y dejó de mirar la pantalla de su ordenador, ya que al menos sonaba original. Le preguntó por los síntomas de ese síndrome y se quedó extrañado cuando ella le dijo que era capaz de predecir el futuro, pero al mismo tiempo nunca conseguía lograr que esas personas se apartasen de su destino, por más que intentase frenarles.

Sin embargo, el terapeuta no era de los que se entusiasmaban con los temas paranormales, debido a la cantidad de gente extraña a la que veía cada día. Así que decidió poner en duda ese curioso síndrome, del que ya se veía como descubridor en su imaginación, y así averiguar más. Desde luego, la paciente parecía muy convincente, y no el tipo de persona a la que él estaba acostumbrado.

“Mire, es muy sencillo: yo veo las cosas que van a pasar, por más que intento evitarlas. Cosas como las preferentes, la burbuja inmobiliaria y el Fórum Filatélico. Pero ya me he resignado, así que sólo vengo para aliviar mi conciencia. ¿Ve esas grúas de allí? Pues mañana cederán y se caerán encima de este edificio, y todos morirán, asfixiados entre los cascotes”.

Y, sin más, ella se levantó y se fue, dejando boquiabierto al hombre que no dejaba de mirar por la ventana hacia las imponentes grúas que se alzaban allí desde hacía tantos años. Durante esa noche el coach no pudo dormir más de diez minutos seguidos. A la mañana siguiente, en cuanto llegó a su despacho, era incapaz de ver con los mismos ojos las dos grúas amarillas. Así que, crédulo como era por naturaleza, al fin y al cabo tenía todos los artículos anunciados en la teletienda, empezó a convencer a sus vecinos de que había una fuga de gas, con lo que todos salieron corriendo y avisaron a los bomberos, que por suerte llegaron cinco minutos después de que, con una estruendosa sacudida, la grúa cayera sobre el edificio, partiéndolo en dos como si fuese una tarta y llenando la calle de cascotes y de gente huyendo presa del pánico.

Pese a todo el polvo en el ambiente, el coach divisó a la extraña mujer que le había avisado, y corrió hacia ella entre lágrimas, pensando que juntos podían hacerse ricos. “¡Tenemos que ir a la radio! ¡A la tele! Usted tiene poderes, señorita, ¡es maravilloso!»

La supuesta paciente apartó con asco las manos del hombre y le dijo con un tono duro: “¡Qué poderes ni qué niño muerto! Soy ingeniera industrial, y me di cuenta del desgaste de los materiales. Sin embargo, no me hicieron caso ni en el ayuntamiento ni el presidente de su comunidad, así que tuve que recurrir a usted para desalojar el edificio. Menuda ciudad en la que le hacen más caso a un engañabobos que a un ingeniero… y, por cierto, con respecto al letrero de su “consulta” ¡coach station significa estación de autobuses!

Profesor en el colegio PVIPS Adalid Meneses en Talavera de la Reina, Miembro de la Asociación de Escritores Insomnes y guionista de Cómic.
Send this to a friend