El instituto viejo

Si hay algo que a todos nos ha marcado; eso ha sido la adolescencia

EL VIEJO
Hoy, mientras caminaba por la avenida de Pío XII, al pasar junto al antiguo instituto Padre Juan de Mariana, hoy edificio de la E.P.A., mi reloj se ha situado en las doce menos cuarto y a mis oídos ha llegado el sonido del timbre que anunciaba el recreo.
Recuerdo cómo entonces, con los estómagos rugiendo, salíamos todos los estudiantes contando la calderilla de nuestros bolsillos y nos dirigíamos a los frutos secos más cercanos para adquirir por unos veinte duros los deliciosos bocatas de tortilla, chorizo, jamón, queso, etc., que ya tenían preparados para la multitud hambrienta que escupían las puertas de los institutos.
Algunos, tenían la fortuna de encontrar ya hecho el bocadillo por su madre antes de salir de casa, pero, como a veces me comentaban, de vez en cuando guardaban unas pocas pesetillas para darse un gustazo a base de tierna bollería casera (¡esos donuts de panadería!) y algún que otro capricho en forma de ibérico que sustituyera al tan manido sándwich de bimbo y chóped, cosa que podías hacer en la tienda de Genaro, el cual siempre te recibía con una sonrisa en los labios, y que tenía la cola de espera más larga que la del médico; También estaba el Nueva Bamba, junto al videoclub Estrella; el Cano, con esa tortilla recién hecha, el Rudy o el Peco’s, que era el lugar preferido de reunión de profesores, donde servían unos estupendos bocatas de calamares; aunque uno de mis preferidos era esa cafetería de sillones de skay y olor a café recién hecho llamada Piko’s, donde los que teníamos para pagarnos el café nos saltábamos a la torera más de una clase y más de dos para preparar alguna chuletilla o simplemente relajarnos antes de un examen.
Para los menos sibaritas, siempre quedaba el parque situado tras el instituto (yo siempre lo conocí por el nombre de “parque de las Pellas”) donde podías escabullirte de Eulogio, el temido jefe de estudios, y comprar cigarrillos sueltos a veinte “pelas” en el kiosco que daba a la avenida Capitán Cortés.
Ahora, me viene una sonrisa a la cara cuando recuerdo a muchos de mis compañeros saltando literalmente por las ventanas o tirando algún que otro borrador de pizarra desde el segundo piso, no por malicia, estoy seguro, si no por ese espíritu de rebeldía e inconformismo que supone la juventud. Fueron tiempos de hacer amigos, de adquirir conocimientos, de saber sobre la vida, que unos aprovecharon mejor y otros peor, pero buenos tiempos al fin y al cabo.

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Periodista en potencia en busca de nuevas fronteras. Amante de la buena música y de mis rinconcitos talaveranos!
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