Un febrero como éste

¿Os acordáis del primer amor? Ese amor que te hacía flotar mientras caminabas, que te quitaba el apetito y te hacía interesarte por lo que es un corrector de ojeras; para tapar los granos del acné tan malamente, que lograba que tu padre te mirara con cara rara. Seguramente todo había empezado en las ferias de mayo, en los coches de choque y sus mega efectos de luz y sonido al ritmo del “saturday night”, o en el instituto con esa compañera que se sentaba a tu lado y te ponía ojitos. Cupido nos sorprendía con sus flechas cuando menos lo esperábamos. Y entonces llegaba el momento de escuchar Duncan Dhu, de escribir cartas sin mesura y de ir a llamar desde la cabina cada noche. Tras 3 meses de constante romanticismo ya te peinabas el flequillo durante 10 minutos, entonces llegaba el mes de febrero y con él el día 14 donde era el momento de formalizar la relación. A las 8 de la mañana forzabas la hucha, y salías disparado con los ahorros en el bolsillo del pantalón para comprarla el mejor regalo que habías hecho nunca, era en los alrededores del Instituto para llegar a tiempo a clase. Como todos conocemos la debilidad de las mujeres por las flores, lo primero que hacías era encaminarte a Fauna Tropical, la tienda de Joaquina Santander donde te vendían desde flores hasta un loro de la selva, a comprar una preciosa rosa roja, porque nada hay más romántico que una rosa. Hecho esto, te pasabas luego por la perfumería Ámbar con su fachada dorada, por la Caperucita, por Ferdy y por tantas otras sólo para poder encontrar ese perfume carísimo que su amiga te había dicho que le gustaba tanto “Farala”. De ahí enfilabas Pío XII abajo hasta llegar a la joyería de las Rosas Rojas, donde para rematar la faena, comprabas una esclava de plata tamaño maxi, la cual dejabas grabando para ir a recoger durante el recreo. Durante las clases te sentías lleno, rebosante, porque sabías que ella no lo esperaba, y bromeabas con tus amigos porque estabas contento, ¡buen trabajo chico!. Nada más comer, una buena ducha, un poquito de colonia de tu padre, de la que se echaba para ir de boda, el flequillo y ya estabas listo para acudir al lugar de la cita que no podía ser otro que la plaza del Chicle. Allí empezaba realmente la velada. Desde allí os dabais un agradable paseo hasta el cine Calderón mientras tratabas de evitar que ella notara que bajo la chaqueta ocultabas sus regalos. Ella sin embargo no ocultaba que escondía las bolsas de gusanitos para el cine bajo su jersey y se jactaba de ello. Después de hora y media de tostonazo de comedia romántica protagonizada por Sandra Bullock, y los piquitos que os habíais dado en la última fila, llegaba el momento de dar el regalo, y de ver la cara de tonta que se le quedaba. Tras el cine, a pasar frío en un portal dando rienda suelta a los achuchones y a contar lo difícil que había sido encontrar su perfume (exagerando claro, para tener más mérito) entonces allí conseguías tu gran objetivo, recibías tu primer beso “con lengua”, luego, sin creértelo aun, la acompañabas a casa y salías a paso rápido deseando llegar cuanto antes a tu habitación para, aunque suene un poco cursi, rebobinar la cinta de Mikel Erentxun y ponerte a pensar en ella…

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Periodista en potencia en busca de nuevas fronteras. Amante de la buena música y de mis rinconcitos talaveranos!
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