La tiroides es una glándula neuroendocrina situada en la parte anterior del cuello, en el triángulo que une la nuez con las clavículas. Es de un color grisáceo o marrón y tiene forma de mariposa, con dos lóbulos y un istmo central, algo que dio origen a su nombre al asemejarse a los antiguos escudos griegos (del griego thyreoeides, “escudo”). Su disposición es rodeando a la tráquea, sobre la que se sitúa, a nivel aproximado de las tres últimas vértebras cervicales.
La función básica de la glándula tiroides es la producción de hormonas (la principal sería la tiroxina o T4), destinadas a la regulación del metabolismo basal (la forma en que cada célula del cuerpo usa la energía), y que afectan a numerosas funciones del organismo. Esta producción es dependiente a su vez de hipotálamo e hipófisis (dos estructuras situadas en la base del cerebro) y para llevarse a cabo necesita la presencia de yodo en el propio tiroides.
Las hormonas tiroideas (HT) son activas a múltiples niveles, siendo esenciales en la producción de numerosas proteínas, lo que les otorga un papel fundamental en las etapas de crecimiento. Tanto es así que deficiencias de hormona tiroidea al nacimiento implican serios problemas en el desarrollo, generando retrasos a nivel físico y mental (cretinismo). La determinación de hormonas tiroideas es uno de los parámetros medidos en la conocida como “prueba del talón” que se realiza a recién nacidos. También están implicadas en el metabolismo de hidratos de carbono y grasas.
El efecto de las HT podría resumirse en un incremento del metabolismo, que afecta entre otros a los sistemas cardiovascular (aumento de frecuencia cardíaca), nervioso (potencian desarrollo cerebral) y musculoesquelético (permiten relajación muscular), y a las respuestas de nuestro organismo aumentando la producción de calor y consumo de oxígeno. Además juegan papel importante en la secreción de GH (hormona del crecimiento), estimulan la producción de células sanguíneas y están implicadas en la respuesta cerebral a ambientes con bajo oxígeno.
En el hipertiroidismo existe una función excesiva de la glándula tiroides, que provoca síntomas como fatiga, cambios en ritmo intestinal, dificultad para concentrarse, intolerancia al calor, aumento de apetito, sudoración, nerviosismo o inquietud, aumentos de frecuencia cardíaca, caída del pelo, exoftalmos (ojos saltones) y bocio (aumento visible del tamaño de la glándula). El caso contrario sería el hipotiroidismo, más frecuente en la zona de Talavera de la Reina especialmente en mujeres y mayores de 50 años y que puede ser debido, entre otras causas, a escasa ingesta de yodo, y produce síntomas como estreñimiento, sensibilidad al frío, dolores musculares, tendencia a la tristeza, debilidad, menstruaciones abundantes, y debilidad capilar y ungueal (uñas y pelo débil). Ambas situaciones se detectan de forma objetiva en una analítica de sangre convencional.
Respecto al peso, es uno de los mitos urbanos en cuanto al tiroides. Lo cierto es que alteraciones en dicha glándula pueden ser factores que potencien la pérdida o ganancia de peso, pero siempre de forma secundaria. Personas con ingesta adecuada de alimentos y práctica física suficiente no tendrán grandes oscilaciones de peso debidas al tiroides. El tratamiento depende de la causa y de la gravedad de los síntomas, aunque en la mayoría de los casos existen tratamientos eficaces. Sí se recomienda una ingesta adecuada de alimentos ricos en yodo, como pescados y mariscos en general (gambas, langostinos, bacalao, mero, mejillones, salmón, lenguado) y también nueces, leche, moras, piña, ajo, remolacha, acelgas y judías verdes. En menor medida también son ricos en yodo champiñón, cebolla y huevo entero. En lugares con suelos pobres en yodo se opta por sal yodada en la condimentación de los alimentos.