La próstata es un órgano impar y masculino, localizado a nivel profundo en la pelvis, por debajo de la vejiga y por delante del recto. La próstata abraza la uretra (conducto que comunica vejiga con exterior y por el que sale la orina) de manera que podría decirse se encuentra “atravesada” por la misma. Las relaciones con estas estructuras anatómicas van a determinar los síntomas típicos que genera su afectación.
La función de la próstata como glándula ha sido ampliamente discutida, aceptándose desde los tiempos de Herófilo que tiene un papel importante en la elaboración del líquido y fluidos seminales que nutren a los espermatozoides y humidifican la uretra en la relaciones sexuales, aunque en la actualidad se estudian otras funciones hormonales.
Etimológicamente el término “próstata” significaría algo así como “que está delante”, lo que hace referencia a un error en la traducción al latín de los antiguos textos griegos que la describían como “anexos”, “que está al lado” (parastates). El tamaño de la próstata tiende a aumentar lentamente con la edad de forma natural, siendo del tamaño aproximado de una nuez en jóvenes y pudiendo llegar al de una manzana en edades avanzadas.
Este crecimiento es muy común por encima de los 50-55 años. Cuando el citado crecimiento se produce a velocidades elevadas o de manera desorganizada aparecen las afecciones más habituales de esta glándula, entre las que se encuentra la más frecuente que es la hiperplasia benigna de próstata (HBP), llamada en algunos textos adenoma prostático.
En esta patología el tamaño de la próstata aumenta a un ritmo mayor del habitual, viéndose afectada también su textura que se endurece, y provocando síntomas como goteo al orinar y pérdida de fuerza en el chorro, necesidad de orinar con más frecuencia (sobre todo por la noche) y tenesmo vesical (sensación de quedarse con ganas de seguir orinando una vez acabada la micción).
Esto puede llevar a complicaciones en relación con la vejiga, como retenciones y aumento de infecciones de orina, hematuria (sangre en orina), cálculos, etc.
Otras afecciones relativamente frecuentes de la próstata son las prostatitis, que son inflamaciones de la próstata a veces de origen infeccioso, y los cánceres de próstata, para muchos de los cuales existe una alta tasa de tratamientos efectivos, sobre todo si son detectados de manera temprana.
La detección temprana de patología prostática en la actualidad se encuentra estandarizada, es sencilla y muy rentable, algo que deberían tener presentes todos los hombres por encima de los 50 años de edad. La situación profunda de la próstata hace que el único acceso directo para su exploración manual sea mediante tacto rectal.
Además el estudio puede completarse con pruebas analíticas (el PSA o antígeno prostático específico es la más accesible) y con pruebas de imagen como ecografía, dejando otras pruebas para estudios más avanzados. Se aconseja un estudio general para todos los varones a los 55 años, independientemente de que padezcan síntomas o no, porque la detección precoz de cualquier problema se asocia a un éxito prácticamente total del tratamiento.
¿Qué podemos hacer para prevenir problemas de próstata?
En general resultan beneficiosos para las funciones prostáticas los alimentos ricos en zinc o en grasas monoinsaturadas, como el tomate, los frutos secos (pipas de calabaza, avellanas, nueces) o el aguacate, y en menor medida y por otros motivos la sandía, pescado azul, pimiento rojo, brócoli, higos, cebolla, espárragos, ajos y por supuesto la soja gracias a sus fitoestrógenos.
Los alimentos más nocivos a evitar serían los contenedores de grasas saturadas como manteca, tocino, mantequilla, embutidos, repostería industrial, platos precocinados, los alimentos excesivamente condimentados y un exceso en la dieta de carnes rojas (cerdo, vacuno, caza) o alcohol.
Otros hábitos de vida saludable que pueden beneficiar a la próstata son la práctica deportiva (excepto algunos deportes como el ciclismo o la equitación que pueden provocar irritaciones), evitar el estreñimiento, evitar el uso excesivo de antibióticos y una práctica sexual saludable de bajo riesgo.