Nunca prestó atención a las malas hierbas hasta que se compró una casa con un pequeño jardín. Cuando la tierra estaba impregnada del agua de la lluvia, arrancarlas era una tarea que le resultaba muy agradable. Jamás recogía lo que arrancaba, ya lo haría otro.
En su trabajo, se descubría más de una vez eliminando las ortigas que había en un parterre de la entrada y no le importaba que los tacones de los zapatos se hundieran totalmente y terminaran embarrados.
Empezó a fijarse en los monumentos de las ciudades y a sentir una atracción que se apoderaba de su voluntad, hasta el punto de quedarse siempre la última del grupo con el que iba, para conseguir, con disimulo, quitar algunas gramíneas en los escalones de una muralla, en la esquina de un claustro, en el borde de una pilastra, etc.
Sufría cuando se fijaba en la pérdida de mortero de una construcción histórica y en el ramillete de malas hierbas que se apoderaba del espacio.
Los años de copiosas lluvias todo era peor en las calles porque había hierbajos en cada adoquín, al lado de la farola, en el bordillo… Y en la tierra de los árboles la grama competía en crecimiento con el árbol dueño inicial de la parcelita de tierra.
Pensaba en las ordenanzas municipales para las nuevas construcciones: “es obligatorio dejar un espacio para zonas verdes…” y se deprimía observando lo que, en unos años, eran esos espacios.
Lo peor era la necesidad que surgía en ella de arrancar y arrancar.
Se instaló en su cabeza una pregunta permanente: ¿Quién tiene que erradicar las malas hierbas?
Sus amigas no querían pasear con ella, porque a cada paso se paraba a colocar una planta, quitar unas hojas, o extraer unas espigas.
Un día se atrevió a explicar a sus hermanas el placer que sentía al arrancar una mala hierba y llegó a exponer una teoría, que había desarrollado, según la cual la dopamina que generaba su actividad era similar a la que podía generar Tik Tok.
Intentaba convencer a los demás de las ventajas de quitar las malas hierbas, pero su comportamiento hacía que la gente se fuera alejando de ella.
Su madre, alarmada, consiguió convencerla para que visitara a un psicólogo que pudiera ayudarla, porque veía en ella un TOC. Inició una terapia semanal de la que parecía salir contenta.
Hoy nos ha presentado a su novio, venían de arrancar hierbas de los jardines de El Prado y según nos ha dicho, su novio es psicólogo.