En el número 8 de la calle Mesones, local en el que actualmente se encuentra una relojería de renombre, años atrás había una taberna. Su dueño, José, se convirtió en una figura local de gran fama. Esta taberna era conocida por estar asociada a la personalidad singular de su propietario. José era conocido por su apodo, «El Tío Picante», un nombre que generaba curiosidad y que, con el tiempo, se convirtió en parte del folklore local.
José era especialmente recordado por su excéntrica y peculiar costumbre de desplazarse por las calles montado en su bicicleta mientras llevaba consigo un misterioso brebaje. A menudo se le veía recorriendo las estrechas callejuelas del barrio, siempre sobre su bicicleta. Este líquido, que él mismo había creado, era objeto de mucha curiosidad entre los habitantes del lugar.
Afirmaba que esta pócima, cuya receta era un secreto guardado celosamente, tenía propiedades curativas extraordinarias. Según el propio José, su bebida era nada menos que la cura contra el cáncer. Su afirmación, aunque llamativa y esperanzadora, nunca estuvo respaldada por la ciencia.
El brebaje se convirtió en un tema recurrente en las conversaciones de los lugareños, y la taberna en sí, un lugar casi legendario. Pronto «El Tío Picante» se convertiría en una leyenda urbana de Talavera.
Una leyenda de Talavera
Con el tiempo, la taberna cerró sus puertas, y lo que alguna vez fue el hogar de uno de los personajes más pintorescos de la ciudad se transformó en una relojería de renombre. Sin embargo, la historia del Tío Picante sigue viva en la memoria de quienes alguna vez lo conocieron o escucharon hablar de él. Aunque ya no queda rastro físico de la taberna, la leyenda de aquel hombre y su elixir milagroso sigue siendo parte del imaginario colectivo de la ciudad, recordado con nostalgia y asombro por las generaciones que le sucedieron.