La historia de Talavera de la Reina no se comprende sin sus protagonistas silenciosos: hombres y mujeres que, aunque nacidos en tierra castellana, dejaron su huella en tierras lejanas, batallas remotas y epopeyas casi olvidadas. Uno de ellos fue Francisco de Luna, hermano del también notable Antonio de Luna, conocido por su participación junto a Juan de Orellana en Brasil. Sin embargo, a diferencia de su hermano, Francisco no cruzó el océano hacia el Nuevo Mundo, sino que decidió escribir su propia página en los campos de batalla de Flandes durante el siglo XVII.
Una familia forjada en armas
Los Luna eran una familia de profunda tradición militar, y desde muy joven, Francisco sintió el llamado del deber. Nacido en Talavera, creció en un ambiente donde el honor, la fe y la lealtad a la Corona eran valores incuestionables. Su hermano Antonio se embarcó hacia América en busca de gloria en tierras desconocidas, pero Francisco optó por defender los intereses del imperio español en Europa, uniéndose a los legendarios Tercios de Flandes.
El escenario de su valor: las Guerras de Flandes
Las Guerras de Flandes fueron uno de los conflictos más complejos y prolongados del siglo XVII. En ellas, España luchaba por mantener su hegemonía en los Países Bajos frente al auge protestante y las aspiraciones de independencia. Francisco de Luna participó en numerosas campañas y escaramuzas, destacando siempre por su valor, disciplina y resistencia en condiciones extremas.
No era raro verlo al frente de sus hombres, dirigiendo asaltos, defendiendo posiciones o sosteniendo trincheras en medio del barro, la lluvia y la artillería enemiga. Sus compañeros lo recordaban como un hombre austero, silencioso, pero implacable cuando el deber lo llamaba.
El sitio de Vergas: su destino final
La historia selló su final durante el sitio de Vergas, un enfrentamiento crucial en la fase final de su carrera militar. Allí combatía junto a su amigo y camarada Juan de Pimentel, otro soldado de leyenda. Ambos sabían que el enfrentamiento sería arduo y que cada metro de tierra costaría sangre.
Durante el asedio, el enemigo —sabedor de la tenacidad española— utilizó una mina para destruir una posición avanzada donde se encontraban Francisco y Juan. La explosión fue devastadora, y ambos soldados perdieron la vida en el acto.
Este hecho no solo causó dolor entre sus compañeros, sino que su valentía fue reconocida públicamente por los altos mandos. Aunque la historia oficial no siempre los menciona, sus nombres fueron grabados con respeto en los registros de su unidad.
El eco de su legado
Hoy en día, Francisco de Luna es uno de esos héroes invisibles, sin estatuas ni calles que lleven su nombre, pero cuya memoria perdura gracias al testimonio oral y documentos que han llegado a nosotros. Su historia representa el coraje de los soldados anónimos que dieron su vida por una causa que consideraban justa.
En contraste con su hermano Antonio, cuya aventura americana tuvo más eco por la fascinación de lo exótico, la figura de Francisco nos recuerda que las grandes gestas también ocurren en las trincheras, bajo el humo de la pólvora y con los pies hundidos en el barro.
Un recuerdo talaverano
Aunque Francisco murió lejos de su hogar, Talavera no olvida a sus hijos valientes. En las crónicas militares, su nombre aparece como ejemplo de integridad y entrega, y su vida inspira a mirar con orgullo al pasado guerrero de la ciudad.
Su muerte, junto a la de Juan de Pimentel, representa una de esas amistades forjadas en la adversidad, tan frecuentes en los Tercios, donde los vínculos entre soldados muchas veces se convertían en la única familia real en el campo de batalla.




