Ubicado en la calle Barrionuevo, a pocos pasos de la reconocida Montearagueña, el Salón Blanco y Negro fue un icónico lugar de encuentro y entretenimiento en su época. Este salón de baile se convirtió en un referente para los habitantes de la ciudad, quienes lo frecuentaban no solo para disfrutar de la música y el baile, sino también para fortalecer lazos de amistad y encontrar el amor.
Durante sus años de actividad, Blanco y Negro fue testigo de innumerables momentos significativos, desde la formación de nuevas parejas hasta la celebración de importantes eventos sociales como bodas y bautizos.
Sus amplias pistas de baile siempre estaban llenas de vida, con parejas que se movían al ritmo de las melodías populares de la época, desde boleros hasta rock and roll, pasando por los ritmos tropicales que marcaban tendencia en cada década.
Además de ser un punto de encuentro para jóvenes, el lugar también era frecuentado por familias que buscaban un espacio para celebrar momentos especiales, como cumpleaños, aniversarios y, por supuesto, bodas y bautizos.
El Salón Blanco y Negro no solo ofrecía un lugar para bailar, sino que también fomentaba un sentido de comunidad entre sus asistentes. Muchos recuerdan con nostalgia las noches interminables de risas, charlas y bailes, donde las diferencias sociales parecían desvanecerse en la pista. Era un lugar donde la música unía a todos, y donde cada celebración se vivía con intensidad y alegría.
A pesar de su popularidad, el Salón Blanco y Negro cerró sus puertas en los años setenta, dejando tras de sí un legado de recuerdos imborrables para quienes tuvieron la fortuna de disfrutar de su vibrante atmósfera. Aunque el salón ya no existe, su memoria persiste en los relatos y nostalgias de una generación que lo vio como un segundo hogar.