El 8 de septiembre de 1855, un día que quedará marcado en la memoria de Talavera de la Reina, una oscura nube se cernió sobre la ciudad, desencadenando una serie de eventos desastrosos que cambiarían la vida de sus habitantes de manera irrevocable.
Inundaciones y pérdidas humanas
La nube que se cernía sobre Talavera no traía nada bueno consigo. Provocó inundaciones en la zona de la Portilla, dejando a su paso un rastro de destrucción. Las casas se vieron sumergidas bajo las aguas, y la tragedia golpeó con dureza cuando dos personas perdieron la vida y un inocente bebé pereció en su cuna en la plazuela de los Tinajones. Las pérdidas materiales también fueron significativas, con innumerables enseres de las casas arrastrados por las aguas.
La solidaridad del Ayuntamiento
En medio de la devastación, el Ayuntamiento de Talavera de la Reina demostró su compromiso con sus ciudadanos más necesitados. Se tomaron medidas inmediatas para ayudar a quienes habían sufrido pérdidas. El Ayuntamiento distribuyó doce mil reales entre los pobres que habían perdido sus pertenencias, un gesto de solidaridad que alivió en parte el sufrimiento de la comunidad.
La devastación de los cultivos y la amenaza del Cólera
Pero las desgracias no terminaron con las inundaciones. El granizo que acompañó a la tormenta causó estragos en los cultivos de uva y aceituna en los pagos de Amago, Cabra, Sabada, Pastera, Ontanillas, Caozo, Portiña y Piedras Muchas, dejando a los agricultores con cosechas destruidas y pérdidas económicas significativas. Además, los puentes de Berrenchín y Moris resultaron dañados, lo que complicó aún más la vida de la ciudad.
La epidemia del Cólera y su impacto
El desastre natural también tuvo consecuencias en la salud pública. La propagación del cólera se desató en Talavera, cobrando la vida de 150 personas en los tres meses que duró la epidemia. La enfermedad se propagó rápidamente, sumiendo a la ciudad en una crisis de salud que se sumó a las dificultades ya existentes.