El 27 de enero de 1694 fue ahorcado un tal Pascualillo, pero cuando el verdugo bajó la horca se descubrió que aún vivía. Un sacerdote llamado Pantoja cortó la cuerda y, tras llevar al reo a la ermita del Prado, le reanimó con agua, mientras le daba la Extremaunción por si fallecía. Al día siguiente, cuando Pascualillo estaba repuesto, la Santa Hermandad se presentó en el camarín y prendieron al infeliz para llevarlo a la cárcel. Finalmente, el 28 de julio de 1695 volvieron a ahorcar al pobre Pascualillo y esta vez sí que murió.
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