El presidente de la Segunda República, Manuel Azaña, pasó por Talavera en la década de los treinta. Regresaba de un viaje al Parador de Gredos y su impresión de nuestra ciudad no fue nada buena, pues se quejó del calor sofocante que hacía, así como del acento cerrado de los talaveranos, en su opinión ininteligible.