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La depresión infantil (1 de 2)

El estereotipo que un adulto no experto tiene en la cabeza sobre los niños es el de unos seres carentes de preocupaciones puesto que no tienen responsabilidades. Un padre, por ejemplo, piensa: “Si yo no tuviera que pagar a Hacienda, llegar a fin de mes y enfrentarme a mi jefe cada mañana, sería feliz; mi hijo no tiene que hacer nada de esto, luego es feliz”. Este razonamiento podría ser cierto pero, desgraciadamente, no lo es.
El niño no tiene, verdaderamente, la experiencia de la máxima responsabilidad que es cuidar de la vida de los otros, pero desde luego se siente responsable de otras muchas cosas, a veces, hasta de los fracasos de los padres y siempre de los propios.
El niño está lleno de preocupaciones, incluso más que un adulto, puesto que su desarrollo cognitivo no le permite encontrar explicaciones racionales a la mayor parte de cosas que ocurren a su alrededor, lo cual conlleva un sentimiento de inseguridad que es un buen caldo de cultivo para la aparición de emociones negativas. Además, al niño normal le preocupan no sólo los problemas reales, sino los imaginarios que nunca preocuparían a los adultos a no ser que se trate de neuróticos. Por tanto, tiene la posibilidad de preocuparse y deprimirse, y desgraciadamente lo hace.
En otros momentos (2003) diferentes estudios de prevalencia señalan que la depresión infantil afecta al 0,4-25% de los niños menores de 14 años y entre el 4 y el 12,3% de los adolescentes.
Lo que si que es diferente es la manifestación del niño ante de la depresión si lo comparamos con el adulto. Se puede llegar a listar alrededor de cuarenta síntomas distintos de DI. Enumeraremos aquí sólo los más habituales y categorizados en función de las áreas a las que pertenecen:

Emocionales:

Motores:

Sociales:

Cognitivos:

Conductuales:

Psicosomáticos:

El próximo mes seguiré hablándoos del tema en estas líneas, os deseo a todas las familias un feliz octubre.

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